—… Dios mío—susurró Lyss, cortando el silencio que se había instaurado entre nosotros. Sus dedos se engarfiaron en torno a la taza de té que sostenía sobre su regazo con ambas manos.
Ariel, ella y yo nos hallábamos reunidos en los sofás del rellano en el piso superior. Lyss se sentaba frente a mi, y Ariel permanecía de pie, dando algún que otro paseo esporádico por el pasillo iluminado por los farolillos para pegar la oreja a la puerta de la Sala Dorada. Lo que estuviera pasando ahí dentro con Derek parecía ser lo suficientemente tranquilo como para que el viejo lobo se mantuviera cerca, especialmente durante el rato que me tomó contarle a Lyss nuestra aventura del día anterior en el gimnasio.
—Podría haber sido peor—suspiré yo a modo de respuesta, relajando los hombros un tanto—. De no ser por la actuación de Derek, Ariel podría haber acabado en el hospital con una puñalada.
—O muerto—matizó el lobo sin ninguna delicadeza. Le dediqué una mirada un tanto reprovativa. No había querido preocupar a Lyss más de lo necesario con el tema, pero semejante argumento solo logró hacer que la mujer se removiera en el asiento con incomodiadad manifiesta—. Sam me dijo que ese tipo también hubiera arremetido contra ella si Derek no hubiera intercedido.
—¿Quién era? ¿Qué quería?—preguntó la mujer con una nota de urgencia.
—Ni idea. Probablemente un atracador al que se le torcieron los planes. Y mucho—. Ariel habló una despreocupación que ni yo ni Lyss compartimos. Yo bajé la mirada al suelo y me pasé la mano por la cara, notando el áspero tacto de mi barba descuidada bajo la palma. Pude sentir aquellos gélidos ojos estudiando mi reacción. Por eso no me sorprendió que me preguntara, acto seguido:
—¿Tú que opinas, Leon?
—No lo sé, Lyss. Todo ocurrió muy rápido—. Alcé la mirada para encarar la expresión de mi vieja amiga. Después de todo lo acontecido, todo el rencor que pudiera haber sentido hacia ella por la reunión en su casa parecía haberse esfumado. Mis discusiones con Dragan eran lo de menos en aquel momento. Me incliné hacia atrás y estiré la espalda contra el respaldo del sillón—. Pero hubo algo que me llamó la atención durante la pelea. Aquel hombre reaccionó como s conociera a Derek—. A Lyss le dio un tic en el párpado inferior derecho—. Le amenazó. Le llamó “chivato”, y dijo: “te encontraremos”.
—¿Dijo eso?—. Ariel parpadeó con cara de sorpresa.
—Me sorprende que no lo recuerdes—. Enarqué una ceja.
—Bueno… Cuando tu prioridad es reducir a una mole de grasa rabiosa contra el suelo para que no mate a alguien, no sueles prestar mucha atención a las gilipolleces que diga, ¿sabes?—. A pesar de aquella excusa para defender su orgullo, Ariel bajó la cabeza con gesto culpable.
—¿Creéis que….?—. Lyss habló con un hilo de voz. Había bajado tanto la cabeza que casi se tocaba el pecho con la barbilla. La sombra de sus gafas ocultaba su mirada. Sus dedos seguían tensos sobre la taza—. ¿Podría ser algo de lo que comentó Dragan en la reunión?
—¿Dragan?—. Ariel y yo hablamos al unísono.
—El primer día que Val nos habló de Derek, nos dio un informe con sus antecedentes—. Lyss frunció un poco el ceño, como si nos estuviera regañando por no acordarnos. Fue mi turno de adoptar una expresión culpable—. Dragan mencionó algo sobre las mafias mexicanas. Creo recordar que le recomendó a Val que organizara su funeral, parecía dar por hecho que Derek acabaría siendo perseguido por éstas.
—Eso explicaría su ataque de ansiedad—musité. Y me arrepentí de hacerlo en voz alta, porque al momento tuve la mirada interrogante de Ariel y Lyss sobre mi. Dejé ir el aire por la nariz y volví a doblar la espalda hacia delante para apoyar los codos sobre mis rodillas—. Derek tuvo un ataque justo después del encontronazo. Al principio pensé que se debía a su herida, pero cuando le saqué fuera para que se refrescara un poco… Bueno, no dijo nada especialmente coherente ni elocuente, pero actuó como si, efectivamente, tuviera miedo de que alguien estuviera yendo a por él.
Los tres nos miramos en un silencio tenso y sostenido.
—Leo, tienes que contarle esto a la policía—determinó la mujer, en un tono innegablemente imperativo.
—Sinceramente, Lyss, yo no me tomaría muy en serio las exageraciones de Dragan—gruñó Ariel, dando un paso al frente para acercarse más a nuestra posición—. No deberíamos hacernos castillos en el aire. Y además, todos sabemos lo malo que sería para In Chains el tener a la policía husmeando. No todos los maderos de este estado son tan comprensivos y abiertos de mente como un servidor. Lo último que nos hace falta es tenerles por aquí investigando.
—Coincido—apunté. Pero antes de que ella abriera la boca para reprendernos, volví a hablar—: No deberíamos recurrir a la policía hasta no tener motivos de peso.
—¿¿Cómo??—. Exclamó ella, perpleja, incapaz de contenerse. Su voz resonó en el eco del local como una campana en una iglesia—. ¿¿Que tu mejor amigo corriese un peligro mortal y que tu sumiso saliera herido no te parecen suficientes motivos de peso?? ¡Por el amor de Dios, Leon!—. Estaba tan alterada que casi derramó el contenido de su taza sobre su vestido de terciopelo negro ajustado con un corset ceñido.
Antes de que empeorase, me levanté y me coloqué en cuclillas frente a ella. Con suavidad le cogí las manos, que ya habían empezado a hacer temblar la taza.
—No te alteres. No quiero que Derek sepa que estamos hablando de esto—. Le recordé, señalando hacia el pasillo con la cabeza. Lyss exhaló con fuerza, como si con el aire echara parte de su frustración interna, pero no cambió su mal humor—. No digo que no tengamos que preocuparnos por la situación. Digo que antes de meter a la policía en esto, deberíamos terminar de hilar bien los cabos sueltos—. Intenté no sonar demasiado paternalista, aunque probablemente no me salió muy bien, porque Lyss emitió un gruñido indignado y negó con la cabeza, apartando su mirada de mi. Acto seguido, se pinzó el puente de la nariz con los dedos, levantándose las gafas.
—Últimamente no te reconozco—. Lo dijo con lástima, me di cuenta. Pero eso no hizo sino empeorar la sensación que me provocó. Fue como si me hubiera azotado con su fusta en las entrañas. Ni siquiera me miró a la cara—: ¿Es que a caso lo que yo diga no importa nada? Ni a vosotros, ni a Val. Ya estoy harta…
Ariel y yo nos miramos con cara de circunstancias. Una idea peregrina pasó por mi cabeza, entendiendo que el hecho de olvidarme mi portátil en casa de Lyss tras la reunión con Val al otro lado de la pantalla no había sido muy acertado por mi parte. No podía asegurar nada sobre la situación de su matrimonio, pero empezaba a hacerme a la idea de que las cosas no estaban bien. Lyss parecía estar realmente saturada por la situación. Y no la culpaba.
—Lyss…—. Apreté suavemente sus dedos contra la cálida taza y traté de buscar su mirada. Me rehusó como una niña enfadada—. Por favor, escúchame. Ayer Derek estaba aterrado. Sinceramente, no pensé que vería una expresión así en su cara, nunca. Cada vez que menciono a la policía, los hospitales… Y de todos los límites infranqueables de su contrato, en el que más insistió fue en el de no usar esposas—. Ella siguió sin mirarme y mantuvo su cara de disconformidad. Pero pude percibir cómo su mirada se ablandaba bajo la sombra de la lástima—. Hay mucho más que aun no sabemos.
—¿De verdad te vas a poner a jugar a los detectives con semejante situación? —. En ese momento sí me miró, atravesándome con sus gélidos iris azules. Y no solo a mi: también le dirigió una mirada helada a Ariel—. Ya veo que os motiva la acción y entiendo que queráis entender lo que sea que esté pasando. Yo también. Por eso opino que deberíamos dejar esto en mano de quienes deberían encargarse de ello: la policía—. Insistió—. Si de verdad pensáis que esto no acabará afectándonos a todos de un modo u otro, es que sois más irresponsables de lo que pensaba. Los tres.
—Val aun no lo sabe—acoté. Ella se encogió de hombros.
—Se enterará de todas formas. Y apoyará lo que tú hagas, como siempre—. Aquello sonó como si me estuviera acusando.
—Me apoyará porque es lo que él haría—. Apunté. Ella volvió a apartar su mirada de mi persona con gesto agrio—. Val no está aquí. No puede decidir, ni por nosotros ni por ti. Y yo tampoco puedo convencerte de nada. Pero… Los dos sabemos que lo último que querría sería que nos dejáramos llevar por el pánico.
Ella apretó aun más lo labios y entrecerró los ojos. Su mirada tras el cristal de las lentas se volvió extrañamente vidriosa. De algún modo sentí que mis palabras la habían afectado de algún modo que no logré descifrar.
—Está bien, pensémoslo al revés—terció Ariel, claramente aburrido de la terquedad de la directora. Terminó de avanzar la distancia que le quedaba hasta el sillón que yo mismo había ocupado frente a Lyss. Apoyó los puños cerrados en el respaldo, encorvándose ligeramente hacia delante—. Supongamos que, tal y como dijo Dragan, hay una mafia operando en New Haven. Por el motivo que sea, ésta tienen asuntos pendientes con Derek, quieren buscar venganza contra él y están dispuestos a hacer lo que sea para conseguirlo—. Hizo una pausa, acompañándola con un gesto de la cabeza que hacía pensar que estaba hablando de algo realmente turbio—. He trabajado en esto, Lyss: sé perfectamente que este tipo de organizaciones criminales tienen siempre contactos en la policía local. Podría haber sido el mismo agente que ayer vino al gimnasio a tomarnos declaración—. Me miró, como bendiciendo mi idea de llevarme a Derek de allí antes de que la policía se presentara.
—¡Menuda idea! ¿No acabas de decir que no nos montemos castillos en el aire?
—Eso es, pero ya que insistes en montar un drama, supongámoslo—insistió el lobo. Sin duda debía de estar haciendo alarde de toda su paciencia para no cabrearse, especialmente después de que Luria le hubiera bañado en Martini—. Dime, en las circunstancias que te planteo, ¿crees que sería prudente ir a la policía a contarle todo esto?—. Lyss apretó los labios. Ariel alzó las cejas, como preguntándole: “¿lo ves?”. Acto seguido alzó una mano y me señaló directamente—. Una llamada, y al día siguiente tendrán a un grupo de matones con pasamontañas armados en la puerta de su casa. Les estaríamos entregando a Derek en bandeja de plata.
—Eso es…
—Una película digna del Oscar, ya lo sé—asintió Ariel, interrumpiéndola—. Pero nuestro puzzle aun no está completo. No podemos saber qué es lo que va a pasar con las piezas que tenemos—. No pude negar que era una buena analogía. Yo me sentía precisamente así: intentando discernir el dibujo escondido en un puzzle que intentábamos resolver sin ninguna referencia, y con muy poca información en nuestro poder—. Podría ser lo que dice Dragan. O tal vez aquel pobre diablo solo fuera un trastornado de la calle que confundió a Derek con otro, o que sufrió vete-a-saber-tú-que neura y le dio por matar gente a cuchillo. O lo mismo todo es Matrix y nunca hubo cuchara—. Volvió a encogerse de hombros. “Buen intento”, al menos había tratado de quitarle hierro al asunto con el chiste, aunque no lo consiguió del todo—. En cualquier caso, si actuamos mal, ponemos a Derek en peligro. Y también a todo aquel que se relacione con él. Y eso nos incluye tanto a nosotros como a todo In Chains.
Lyss guardó un silencio sepulcral, recapacitando sus palabras. Yo también me había quedado en shock, la verdad. No era como si considerase a Ariel un descerebrado, todo lo contrario: le tenía por alguien bastante culto. Pero en general las palabras no se le daban bien. Y, sin embargo, había logrado dejarnos pensando a los dos, sumiéndonos en un meditabundo silencio.
Personalmente, yo no sabía muy bien qué pensar. Una parte de mi deseaba enormemente que Ariel tuviera razón y que aquello no fuera más que una desdichada coincidencia que se quedara como una rocambolesca anécdota en nuestras vidas. Pero la otra no podía dejar de pensar en la posibilidad que todos, en aquel momento, temíamos.
—Ah, joder…—. Ariel se enderezó y recuperó su altura, rascándose la nuca con aspecto cansado—. Por eso os dije que no era buena idea traerlo en la reunión, coño… Sabía que sería problemático.
—No puedes achacarle la culpa de esto a Derek, Ariel—dije yo.
—No, claro que no—. Comenzó a masajearse el cuello con gesto molesto—. Pero al final nosotros pagamos el pato de su situación. Así que perdóname si ahora mismo yo también quiero cagarme en los ancestros de Val por meternos en esto.
No era el único. Lyss parecía compartir su frustración, y yo tampoco me quedaba corto. Ellos, sin embargo, hablaban desde la posición de quienes habían tenido que aceptar la situación por la presión de la mayoría. Yo era uno de los que había contribuido a ella.
Ariel resopló, maldiciendo en entre dientes, y se alejó por el pasillo para echar otro vistazo (o más bien otra oreja) a la puerta de la sala dorada.
—¿Derek te ha comentado algo al respecto de todo esto?—me preguntó Lyss de pronto. Le dio un sorbo al té. Verla tener ese gesto me tranquilizó, fue como tener la certeza de que seguía teniendo el control suficiente sobre sí misma como para no dejarse llevar por el pánico y actuar inconscientemente.
—No, aun no le he preguntado. No quiero presionarlo—. Me puse en pie, notando que me chascaba una de las rótulas en el proceso. Auch—. De todas formas, ya me han avisado de que esta noche un agente vendrá a tomarnos la declaración en casa. Quiero ver qué es lo que hace Derek en esa situación.
—¿Crees que hablará?
—Creo que mentirá. O, en el mejor de los casos, omitirá la verdad—. Me encogí de hombros. No podía saber lo que pasaba por la mente de Derek. Normalmente solía aprender relativamente rápido cómo funcionaba la mente de las personas, especialmente de mis sumisos. Pero él era una caja negra para mi: me resultaba imposible hacer una predicción fiable. Si ya era difícil con la gente, en general, con Derek era apostar para perder—. Su reacción podría ser una pista para ver si, efectivamente, él tiene algún motivo para preocuparse.
—Perfecto…—. Su amargo sarcasmo vino acompañado de sus ojos en blanco.
—Lyss, escucha…
—No, escúchame tú, Leon—. Lyss me dedicó una mirada que logró interrumpirme más abruptamente que sus palabras—. Hablo en serio cuando os digo que estoy cansada de que me toreéis entre los tres. Así que ahora voy a ser yo la que hable claro—. La mujer se levantó del sillón con una inusitada determinación, que contrastó enormemente con la insegura actitud nerviosa que había mostrado hasta el momento. Dejó la taza sobre el sillón y se cruzó de brazos, estrechando aun más las distancias conmigo. A pesar de nuestra evidente diferencia de altura, su expresión logró hacerme sentir como una hormiga ante su presencia—: Derek es tu sumiso. Por ello pienso hacerte responsable de cualquier desgracia que él acarree, aunque sea de manera indirecta. No le deseo ningún mal a Derek, por mucho que tenga mis disensiones personales con él. Pero lo que no voy a permitir que arruinéis lo que tanto tiempo nos ha costado construir por culpa de alguien que, sintiéndolo mucho, no quiere nuestra ayuda y, quizá, ni siquiera la merezca—. Remató sus indolentes palabras colocándose las gafas sobre el puente de la nariz—. Por el aprecio que te tengo y porque, a pesar de ser él la posible causa de lo ocurrido, Derek le ha salvado la vida a Ariel; esta vez lo dejaré estar. Pero si la cosa se tuerce, aunque sea lo más mínimo, haré lo que tenga que hacer por el In Chains. No pienso pedir permiso, ni dar explicaciones a nadie para proceder como considere adecuado en aras de hacer bien mi trabajo como responsable de este lugar. Y mi trabajo es, precisamente, garantizar el bienestar de todos, trabajadores y clientes. ¿He hablado suficientemente claro?
Me había quedado ojiplático. Por supuesto que conocía aquella faceta de Lyss: la de dómina. Aquella capaz de someter al sumiso más rebelde con una sola mirada o una sola palabra. Aquella que había sido capaz de someter al mismísimo Val en más de una ocasión. Y que, en su día, también me sometió a mi. Fue tal el punto de incapacidad de responder en el que me vi, que no pude sino apartar mi mirada de la suya, bajándola hasta el suelo, musitando un quedo:
—Sí, Maestra.
¿Qué más podía decir?
—Bien—asintió, recuperando su taza de té. Había dejado de temblar, y sus gestos habían recuperado su formal y acostumbrada seguridad—. Tengo que hacer unas cuantas llamadas. Cuando llegue Gem y vayas a ver a Derek, ¿podrías hacerme el favor de decirle a Nero que suba a verme al despacho—. Asentí en silencio. Ella me devolvió el gesto sin variar ni un ápice su imperturbable máscara de seriedad—. Gracias. Ah, y te he traído el portátil, lo he dejado arriba—. Con la espalda recta como un palo, se dirigió hacia la estrecha escalera de caracol al otro lado del rellano y ascendió rápidamente a pesar de calzar sus peligrosos tacones altos.
Con un suspiro, a medias de alivio, a medias de resignación; me dejé caer sobre el mismo sillón que Lyss había ocupado hasta el momento. Hundí mi espalda en el respaldo y me llevé la dos manos a la cara, frotándomela en un fútil intento de aliviar las desagradables sensaciones que todavía me invadían. Desde el día anterior en su casa, parecía que, de pronto, Lyss y yo habláramos idiomas diferentes. Me costaba asimilar la situación, más teniendo en cuenta que siempre había tenido a mi vieja amiga por una persona comprensiva. Racional, cierto, pero con una gran madurez emocional. Empero, desde que Derek había entrado en nuestras vidas, era como si la Lyss que conocía hubiera retrocedido veinte años mentales y se comportara como una adolescente celosa y resentida. “Joder, Val, ¿dónde estás cuando te necesito?”, maldije mentalmente.
—Joder…—escuché decir a Ariel desde el pasillo. Retiré las manos de mi cara y confronté su mirada indignada. Parecía haberse enterado de todo—. Si no la conociera, diría que está con la menstruación o algo.
—No digas sandeces—rezongué, echando el aire pesadamente por la nariz. Ya lo que nos faltaba era cabrear a Lyss con un chiste malo y machista
Apenas un momento más tarde, escuchamos la puerta del local abrirse y cerrarse; seguido de unos pasos ligeros reverberando por la larga escalera de hierro forjado
—¡Hola!—Saludó la siempre alegre voz de Gem. Llevaba puesto un vestido corto, blanco, con bordados negros e imágenes de conejitos playboy estampados en el borde de la falda. Se había atado sus múltiples trencitas en un moño atravesado con un palillo chino en lo alto de la cabeza. Se aproximó a nosotros, dejando su bolso negro repleto de cuentas brillantes en el sillón, y nos miró a los dos poniendo expresión interrogante—… Vaya cara tenéis, ¿ha pasado algo malo?
—Luego te pongo al día—. Ariel hizo un gesto de desquite con la mano y luego posó su mirada dorada sobre mi—. Creo que deberíamos asomarnos a ver qué andan haciendo los chicos.
—Ah, ¡cierto!—. La blanca sonrisa de Gem contrastó con su piel tostada—. Derek haciendo amigos, ¿eh? Qué tierno…—. Se sentó en el reposabrazos de mi sillón, rozándome el codo con sus muslos desnudos. Gentilmente se inclinó sobre mi y me dio un beso en la cabeza. Era lo bueno de Gem: sabía consolar sin tener que preguntar. Me apartó un par de mechones de la cara, colocándomelos detrás de la oreja con mimo. “¿Gem siempre ha tenido los dedos tan suaves?”, me pregunté—. ¿Hoy también querrás que te ayude con Derek?
—Bueno, eso dependerá de él—tercié, dejando que a mi ceja le diera un tic indicativo de duda—. Pero, si no te importa…
—Claro que no—. Volvió a sonreír con candidez—. Así hago tiempo hasta que llegue Luna.
—¿Qué tal está?—pregunté.
—Mejor. El Crohn la ha tenido indispuesta, pero parece que ya puede volver a sesionar—. Gem parecía muy feliz por ella. Me esforcé en sonreír para compartir su alegría—. Quizá ella también podría hacer migas con Derek. Seguro que se llevan bien.
—Hmmm…—. Ariel torció la cabeza, sopesando la posibilidad sin demasiado convencimiento—. No sé yo. ¿Luna sigue haciendo voto de silencio?
—¡Sí! Ha aguantado cuatro meses. No está nada mal, ¿verdad?—. El orgullo volvió a teñir su expresión, e incluso su actitud corporal. Me encantaba eso de Gem: era muy expresiva, toda ella.
—Y luego dicen que los castigos de Dragan son terribles—ironizó Ariel, rodando los ojos.
—Jo, yo solo le impuse el castigo una semana. Fue ella la que decidió seguir—protestó, hinchando los mofletes.
—Lo pensaremos en base a lo que pase ahora, ¿vale, Gem?—acoté. Le di un suave golpe en la cintura para que me dejara levantarme. Ella saltó del sillón al suelo, plantando sus deportivas curiosamente a juego con el vestido.
Cuando abrimos la sala dorada, volvió a recibirnos la tenue penumbra interior y el dulce olor del té y el sándalo. Los chicos estaban de pie, conversando sobre algo. Nero se reía. Pero en cuanto nos vieron entrar, se callaron de inmediato. En el momento en el que Gem y yo nos empezamos a descalzar, Nero y Soren se arrodillaron en el suelo y se doblaron hacia delante con las manos por delante de la cabeza. Yo me quedé con una bota a medio quitar observando a Derek, quien me dedicó una mirada larga y gris desde la distancia que nos separaba. La apartó en seguida, torciendo levemente la boca en un gesto extraño. Y, para mi soberana sorpresa, se arrodilló en el suelo, justo entre Nero y Soren. Al igual que ellos, se inclinó reverencialmente hacia delante hasta tocar el suelo con la frente, con movimientos algo torpes pero bien intencionados. “¿Habrán estado ensayándolo todo este rato?”, me pregunté, sin poder evitar que una sonrisa involuntaria se me dibujara en la cara. Derek alzó su mano izquierda y la colocó de la misma forma que sus nuevos compañeros: estirando el brazo por delante de la cabeza y con la palma hacia arriba. La mano herida, sin embargo, la mantuvo pegada al cuerpo, con los dedos rozando el tatami, bocabajo. Supuse que debía de molestarle estirarla en aquella postura, así que no se lo tuve muy en cuenta. Tampoco podía pedir más: el hecho de que el testarudo joven hubiera doblado el espinazo en mi presencia sin recibir una orden directa o sin que tuviera que amenazarle ya era un paso de gigante en su caso.
Ariel me dio un suave codazo en las costillas. Parpadeé, volviendo a la Tierra. Me había quedado embobado viendo a los tres jóvenes postrados. Terminé de quitarme las botas y acompañé a Gem por el tatami. Ariel se quedó atrás, junto a la puerta, manteniendo su sonrisa sorprendida.
—Descansad—susurré. Tuve que carraspear para que mi voz recuperase la claridad.
Los tres se pusieron en pie. A pesar de que intentó mantener la cabeza gacha para que no se le notara, me percaté de que a Derek se le habían ruborizado las mejillas. Soren y Nero actuaron con bastante más naturalidad, especialmente el último, quien levantó los brazos y cruzó las manos tras la nuca mientras esbozaba una sonrisa satisfecha. Soren también sonreía, en su habitual forma comedida. Algo se revolvió en mi al volver a ver esa expresión en su rostro. Ese algo quería que alzara la mano, tocara aquel rostro, acariciase aquel cabello y pasara el pulgar por aquellos labios que conocía tan bien. Pero al ver el collar de cuero rojo en su cuello, las ganas de ello se esfumaron de un plumazo.
—Os agradezco vuestro esfuerzo, a todos—. Miré a Nero y a Soren, pero especialmente a Derek. Éste no dijo nada, solo mantuvo la mirada clavada en algún punto del suelo. Parecía nervioso, por la forma en la que sus hombros permanecían rígidos. En una de sus miradas furtivas me percaté de que era por Gem.
—No se merecen, Maestro—sonrió Nero con tono alegre.
—Siempre es un honor complacerte, dómine—. Las sedosas palabras de Soren se me clavaron en el alma. Tragué saliva involuntariamente.
—¡Da gusto ver a un grupo de chicos obedientes! ¿No crees Leon?—comentó Gem con aire divertido.
—Sí, no puedo negarlo—asentí. Me di cuenta de que Soren volvía a sonreír y asentía timidamente. Un largo y fino mechón de su pelo oscuro se escapó de su larga trenza. Tuve que obligarme a apartar la mirada de él para no caer en el deseo de colocárselo tras la oreja. Al hacerlo, mi mirada se paró en Derek, quien mantenía su apartada expresión fruncida en una mueca tensa y extraña, como si estuviera cavilando algo desagradable—. Nero, Lyss te está esperando arriba. Será mejor que vayas.
—¡Booh! ¡Me voy a perder la diversión!—protestó él, no muy en serio. No me cupo duda de que Lyss planeaba darle a Nero la diversión que se merecía. En cualquier caso, dejó caer los brazos y le dirigió una de sus alegres sonrisas a Derek—. Me alegro de conocerte Derek. Espero que podamos repetir más a menudo—. Derek alzó por fin la mirada para mirar a Nero. Su gesto de tensión se suavizó tras unos segundos. Correspondió a la despedida sintiendo con la cabeza. Nero pareció darse por satiafecho—. Disfruta tu recompensa, ¿eh?
Derek carraspeó con incomodidad. Nero se despidió rápidamente de mi y de Gem, intercambió un choque de puños con Ariel al pasar por su lado, recuperó su calzado y salió de la habitación.
—Soren, tú también puedes marcharte si lo deseas—. Me dirigí a mi antiguo sumiso en cuanto la puerta se cerró.
—Mi…—. Vi cómo apretaba las mandíbulas al hablar, al tiempo que apartaba sus ojos azul zafiro de mi—. Mi Amo seguramente querría que me quedara contigo hasta que termines. O hasta que él llegue y me reclame, dómine.
—…—. Yo también tensé la mandíbula al escucharle. Conocía tan, tan bien la actitud corporal de Soren que, para mi, su mente era casi un libro abierto. Referirse a Dragan como su dómine en mi presencia debió de dolerle más a él que a mi. Eché el aire por la nariz, resignándome, y asentí lentamente con la cabeza—. Como quieras, entonces.
Soren se limitó a asentir y a recular varios pasos hacia atrás, volviendo a arrodillarse en posición de espera junto a la mesita de té. Gem, quien hasta el momento se había mantenido respetuosamente en un segundo plano, se aproximó entonces a Derek. Cuando fijé la vista en él, le sorprendí mirándome fijamente. Pero se apresuró a bajar la cabeza y a centrar su atención en la mujer.
—¿Ves como te dije que repetiríamos si te portabas bien?—. Ella sonrió. Derek tragó saliva perceptiblemente.
La mujer estaba empezando a adoptar esa actitud seductora característica que tantas veces le había visto demostrar con sus sumisos. Lejos de parecer la chica inocente y juguetona de siempre, Gem comenzó a moverse con gestos felinos: desde sus pasos descalzos por el tatami a los movimientos de sus manos mientras éstas se acercaban a Derek y acariciaban traviesamente la cremallera de su sudadera; toda ella se volvía puro magnetismo—. ¿Me has echado de menos? Yo a ti sí… Un poquito—. Incluso su voz parecía acompañar al tono ligeramente oscuro, prohibido, en su mirada. Estaba seguro de que, en mi caso, habría caído víctima de aquellos dulces y prometedores encantos de no haber sido por mi inclinación sexual. aun así, no me hacía falta ser heterosexual para apreciar la habilidad que tenía Gem para volverse un caramelo irresistible. A menudo me preguntaba cuál de sus dos facetas era la real y cuál era la ensayada: si la de pantera fatal o la de chiquilla adorable.
Derek apartó la mirada. Gem le acarició tiernamente la barbilla con sus finos y delicados dedos, haciendo que le mirase directo a sus ojos marrón chocolate—. ¿Qué es lo que deseas…? ¿Me quieres a mi…?—. La mujer acercó su rostro a él. Derek emitió un suspiro entrecortado contra los labios de ella, peligrosamente cerca de los suyos…
—S-s…
—No tan deprisa, Gem—. Interrumpí, cogiendo a la mujer suavemente del hombro. Tiré suavemente hacia atrás para hacer que el aire volviera a correr entre su cuerpo y el de mi sumiso. Ella se giró y me miró como la pantera que era. No sentí su atracción pero sí su peligro. Motivo por el cual me apresuré a añadir—: Derek aun tiene un castigo pendiente.
Sendas miradas me atravesaron. La de Gem con desilusionada sorpresa. La de Derek con frustrada indignación. A esta última respondí frunciendo el ceño y, acto seguido, elevando una ceja. Derek gruñó, cogiendo la directa y bajando la vista al suelo.
—Vaya… Qué pena—se lamentó Gem. Parecía intentar recuperar su tono adorable habitual, pero yo aun escuché al peligroso felino en su voz—. Y yo que pensaba que podríamos… Disfrutar juntos.
—Oh, y lo haréis. Pero yo decido el cómo—aseguré. Gem sonrió, recuperando el brillo iluminado en su rostro. Derek desvió su mirada confusa hacia Soren, quien se limitó a encogerse de hombros desde su posición—. Derek—. Reclamé su atención—. Arrodíllate—. El chico gruñó de nuevo y agitó la cabeza, mascullando—. ¿Qué pasa? Acabas de hacerlo muy bien hace un momento, ¿cuál es el problema ahora?—. De haber podido mirarme a la cara el chico que hubiera asesinado con la mirada, de eso estaba seguro. Sorprendentemente, Derek volvió a mirar a Soren de reojo. Yo también lo hice. Y al percatarse de que ambos le mirábamos, Soren se encogió levemente y le hizo un gesto a Derek con los ojos, instándole a acatar la orden. Mi sumiso volvió a protestar:
—Jod…—. Se mordió la lengua. “Buen chico”, pensé al ver cómo se tragaba la palabrota.
Volvió a arrodillarse en el suelo, aunque esa vez no llegó a inclinarse por completo. Se quedó apoyado sobre los talones, con las manos posadas bocabajo en sus muslos. Me alegró ver que Soren y Nero le habían explicado la diferencia entre la posición de saludo y la espera. De haber sabido lo útil que estaba resultando su influencia, habría accedido a juntarlos antes.
—Echa los hombros hacia atrás—. Hablé en voz baja. Derek dio un leve respingo que le ayudó a acatar mi orden. Desde tan cerca pude ver cómo se le erizaba la piel bajo el collar de acero—. Un poco más. Así. Separa las piernas—. Derek se removió para separar las rodillas—. Más. Mi mano no debe tocar tus muslos al pasar entre ellas—. Al decir esto rodeé a Derek con el brazo, sin tocarlo, y estiré la mano, pasando los dedos extendidos como si fueran una enorme cuchilla cortando la línea invisible que debía separar sus dos extremidades inferiores en aquella posición. Escuché cómo tragaba saliva.
Me separé de él. Le escuché suspirar con alivio al poner aire entre él y yo. Dirigí de nuevo la vista hacia Gem y le hizo un gesto con la mano, señalando una de las puertas correderas con papel de arroz decorado que rodeaban la sala. Ella asintió y se dirigió, aun con sus sensuales movimientos marcados a cada paso que daba. El particular sonido de la puerta deslizándose rompió el silencio de la sala. Su interior reveló un ordenado ropero que, sin embargo, tenía poco o nada relacionado con prendas de vestir. La mayor parte de su contenido eran cuerdas de todo tipo: diferentes rollos de distintos materiales, colores, grosores y longitudes colgaban de un perchero adaptado en un riguroso orden propio de Lyss. Gem tanteó varios trozos de cuerda, decidiéndose entre cuál escoger. Derek volvió a removerse con incomodidad a mis pies.
—Barbilla abajo—le corregí. Bajó la cabeza, aunque la tensión ya se había vuelto evidente en todo su cuerpo—. Vamos a hacer un repaso. ¿Recuerdas las normas que te impuse la última vez que estuvimos aquí?—le pregunté, no solo para refrescarle la memoria, sino también para que su mente se distrajera con otra cosa que no fuera Gem atando y desatando cuerdas.
—Sí, señor—. Su voz salió trémula y algo ahogada por su nerviosismo. Carraspeó para aclararse la garganta—: No puedo decir tacos. No puedo tocarle. No puedo mirar a un Amo a los ojos. Debo levantar la mano para pedir permiso para hablar. Y no puedo tutearle…—. Hizo una pausa, apretando los labios. No supe si lo hizo a propósito—… Ni llamarle por su nombre, señor.
Y ambos sabíamos por qué. En el momento en el que Derek pronunciara mi nombre, todo se terminaría. Yo le quitaría el collar y el volvería a las calles desamparado, con la posibilidad de que un grupo delincuente organizado le buscara para acabar con él. “Ahora pronunciar su nombre será sinónimo de morir en la calle”, me dijo el mismo día en el que le puse el collar. Otra cosa que parecía encajar a la perfección con las conjeturas que Lyss, Ariel y yo habíamos compartido momentos antes.
—Vaya, vaya…—. La voz sorprendida de Gem al otro lado del cuarto nos trajo a los dos de vuelta a la realidad. Derek dio otro leve respingo al escucharla—. Así que también eres un chico aplicado, ¿hm?—. Derek no dijo nada. Yo tampoco: preferí no agregar que al chico le habían hecho falta dos semanas de castigos y reprimendas para aprendérselas todas. Gem regresó a mi lado con una cuerda de seda color rojo, de algo menos que un dedo de grosor. Me la entregó con su sensual sonrisa y su mirada color café semioculta bajo sus largas pestañas oscuras—. Creo que ésta irá bien para una primera vez—me dijo.
—Sí, sería un buen sumiso si también se aplicara bien las normas—tercié, sin embargo. Enarqué una ceja, mirando al chico, que se mantenía de rodillas en el suelo—. ¿Qué fue lo que acordamos sobre lo de masturbarse, Derek?—. El chico apretó las mandíbulas y crispó los dedos (incluyendo los vendados) sobre sus piernas. Empecé a desenredar la cuerda.
—No es justo…—le oí decir en voz baja.
—¿Cómo dices?—. Enarqué de nuevo una ceja. Derek torció el gesto y, reticentemente, alzó su mano vendada para hablar. En cuanto le di permiso, no dudó en mascullar de mala gana:
—Señor, he dicho que no es justo que no pueda masturbarme cuando me salga de los…—se volvió a interrumpir. Apretó aun más las mandíbulas y cerró las manos en dos puños. Apartó la cara con desprecio—. ¡Tsk! Da igual…
—Exacto—asentí, hablando con cierta frialdad. Cogí el rollo de cuerda a medio deshacer y lo usé para empujarle la barbilla de nuevo hacia mi. Tomó la sabia decisión de cerrar los ojos para no mirarme, pero eso no iba a impedirle escucharme—: De eso va ser un esclavo, Derek: da igual lo que a ti te parezca. Lo único que cuenta es que obedezcas—. Le dio un tic en el párpado derecho. Siguió apretando los puños. Le escuché sisear, seguramente porque estaba apretándose la herida de la palma de la mano a través de las vendas—. Pero tú ya lo sabías. Y, aun así, decidiste contármelo—. Me puse en cuclillas frente a él, bajando el tono de voz al hablar. Ladeé la cabeza. Derek apartó la barbilla de las cuerdas, pero no volteó la cara. Sentí como si pudiera verme a través de sus párpados cerrados—. ¿Por qué?
—¡Tsk!—. Derek negó con la cabeza—. Porque… Pensé que se enteraría tarde o temprano, señor.
—Si tú no hubieras dicho nada, yo no me hubiera enterado—. Había esperado que Derek no hubiera recurrido a la misma excusa que me puso la noche anterior. Lo cual no hizo sino reforzar mi propia conjetura—: Lo hiciste porque sabías que te castigaría—. Toqué diana. Derek entreabrió los ojos y perdió la mirada en el suelo. La tensión en sus mandíbulas desapareció, aunque siguió cerrando las manos en un puño—. Dime, Derek… ¿Qué crees que debería hacer? ¿Castigarte por masturbarte? ¿O recompensarte por tu sinceridad?
—Yo… Yo no…—negó con la cabeza. Su expresión iracunda se había visto totalmente reemplazada por la de confusión—… No sé…
—Te diré lo que voy a hacer—le corté. Derek me miró de reojo—. Voy a recompensar tu heroica acción de ayer y tu sinceridad dejando que tengas sexo con Gem—. Oí a la mujer reírse por lo bajo detrás de mi. Derek suspiró con un alivio que no le dejé disfrutar del todo—. Pero quiero que se te meta en la cabeza de una vez que tu placer ya no te pertenece—. Dejé caer parte del rollo de cuerda al suelo, haciendo un característico ruido al caer sobre el tatami de bambú—. A partir de ahora, no podrás correrte sin mi permiso. Y para asegurarme de ello, voy a atarte las manos para que no puedas usarlas.
—¡Pero así no…!
—Es un castigo, Derek. No tiene que gustarte—le interrumpí, antes de que prosiguiera su protesta—. Si sigues demostrando tu buen comportamiento te devolveré las manos. Hasta entonces, te ataré cada vez que tengas sexo, sea del tipo que sea; y por las noches al dormir, para que no hagas trampa. Ahora cruza los brazos tras la espalda—. Derek volvió a mascullar entre dientes:
—Si esto va a ser así, no quiero ninguna recompensa…
—Vaya… ¿No quieres pasar un buen rato conmigo?—intercedió Gem, adelantándose a mi. Derek agachó aun más la cabeza, pero ella ya se había arrodillado a nuestro lado. Ambos nos sorprendimos al comprobar que ella se había quitado ya su vestido de conejitos playboy. En la mano, sacado de alguna parte, brillaba el familiar sobrecito plateado de un preservativo. Gentilmente, apoyó su mano sobre el antebrazo vendado de Derek—. ¿No quieres… que te haga sentir bien?—. La mano de Gem reptó tentadoramente desde su brazo hasta la cara interna de su muslo, que arañó sensualmente a través de sus vaqueros. Derek jadeó suavemente—. Claro que quieres, no seas tonto… Te estabas portando muy bien hasta ahora. No lo estropees, porfa…
Alabé el sensual tacto de Gem en aquel momento como si ella fuera la Virgen María obrando un milagro. La voluntad de mi sumiso se derrumbó progresivamente, a medida que ella aproximaba su (para Derek) deseada y hermosa figura a él. Apoyó una de sus manos “accidentalmente” en su entrepierna. Derek apretó las mandíbulas, echando el aire por la nariz. El rubor en su mejillas desveló casi al instante que estaba excitándose. “Realmente es MUY sensible”. O eso, o estaba realmente necesitado de contacto físico después de dos semanas. Cuando ella ya tenía su cuerpo casi totalmente pegado a él y comenzó a masajear el bulto cada vez más grande bajo la tela del pantalón, Derek claudicó: relajó por fin los puños que eran sus manos y movió los hombros, echando los brazos hacia atrás.
—Espera—susurré. Acto seguido cogí su sudadera por el cuello y tiré de la cremallera para abrirla. Él mismo fue quien terminó de quitársela, sacando sus hombros huesudos de las mangas. Recogí la prenda antes de que cayera al suelo—: Quítate también la camiseta—. Cualquier gana que tuviera de replicar, Gem se la arrebató apretando un poco más su mano contra su entrepierna. Derek se desvistió de cintura para arriba, revelando su cuerpo delgado y su retorcido tatuaje en la espalda. Al coger su camiseta me percaté de que ésta estaba muy caliente.
Mientras me levantaba para dejar la ropa a parte, le dediqué una mirada a Soren. El joven moreno estaba obedientemente arrodillado, en la misma posición que Derek había mantenido un momento antes. Gem rodeó el cuerpo de Derek, pegándose a él, haciendo que sus senos entraran en contacto con su piel pálida. El chico se estremeció y se mordió le labio inferior. Ella, con gestos dulces, le movió las manos para colocárselas a la espalda, cruzando sus brazos detrás, teniendo mucho cuidado de no apretar sus vendas. Yo me arrodillé detrás de él. Agarré la cuerda que estaba en el suelo, la doblé por la mitad y deslicé su extremo doblado por los brazos desnudos de Derek. Éste, no obstante, parecía demasiado abstraído por los labios de Gem, que en aquel momento lamía y mordisqueaba sensualmente su oreja izquierda. Oí a Derek suspirar de nuevo. Yo rodeé sus dos muñecas entrecruzadas con la cuerda y comencé a realizar una atadura simple alrededor de éstas, asegurándome que las cuerdas se ajustaban lo suficiente para que no pudiera soltarse, pero no tanto como para cortarle la circulación. Repetí aquel rodeo varias veces y ajusté un nudo justo en el centro debajo de sus omóplatos.
—¿Te duele?—le pregunté.
—N-no… Señor…—. Derek agitó la cabeza. Me dio la sensación de que intentaba centrarse. Gem estaba devorando su cuello con avidez, y sus finos dedos parecían muy entretenidos en jugar con los pezones del chico—. Es incómo… do…
—Está bien—le aseguré, acercándome más a su espalda. Pasé el largo sobrante de cuerda alrededor de su cuerpo. Gem dejó de jugar con sus pezones para que las cuerdas se ajustaran justo bajo sus pectorales. Al devolver al cuerda a la espalda, rodeé el nudo que ataba sus manos sobre su columna tatuada y repetí la operación, volviendo a envolver sus bíceps y su pecho con la cuerda en dirección contraria. Mientras tanto, le decía—: Tú relájate y disfrútalo, Derek. Si algo va mal, ¿sabes lo que tienes que decir?
—R-ro… jo… ¡Ufff!—. Gem acababa de desabrocharle la bragueta y de introducir su mano bajo el calzoncillo. Ella me miró de soslayo y me guiñó un ojo con una sonrisa pícara.
—Ahh… Sí que me echabas de menos, ¿eh?—sonrió ella, sin dejar de tantearle bajo la ropa. Derek emitió un gemido ahogado.
—Un… poquito… Ama—respondió. Me sorprendió que aun le quedara razonamiento como para ser ingenioso. Gem se rió, complacida. Su risa también sonó aterciopelada y seductora.
—Qué dulce eres…—. La mujer le cogió suavemente el rostro con las manos y le regaló un beso. Derek echó sonoramente el aire por la nariz.
Pasé dos dedos entre las cuerdas y su piel para asegurar la tensión. Pasé de nuevo el sobrante de cuerda sobre su hombro izquierdo, atravesé su pecho oblicuamente hasta el esternón, rodeando las cuerdas horizontales por debajo. Gem había comenzado a bajar sus besos por el vientre de Derek. Al aproximarse a la línea del pantalón, el joven dio un tirón involuntario con los brazos, desajustando parte de las cuerdas.
—Quieto, no tires—. Le ordené. Derek bajó la cabeza y emitió un tenue gañido. Volví a apretar las cuerdas en torno a su piel.
—¡Ugh!—exclamó él. No me quedó claro si fue un quejido o si se debió al gusto que le produjo el tirón. Revisé de nuevo el espacio entre su piel y las cuerdas, y me percaté de que estaba empezando a sudar.
Durante los siguientes minutos el cuerpo de Derek fue relajándose más y más, vapuleado entre lujuriosos besos y roces de la mujer, y el tacto de las cuerdas y de mis dedos sobre su piel. Toda tensión que provocada por mis nudos se esfumaba la instante con las caricias de Gem. Si yo le inclinaba hacia delante para anudar en su espalda, Gem atacaba su cuello, sus hombros y su pecho. Si le echaba hacia atrás, ella iba a su vientre, su cintura… Pronto los gruñidos de protesta se acabaron transformando en gemidos contenidos, suspiros y jadeos ahogados.
Llegado un momento, Gem le pidió que pudiera sentarse directamente en el suelo con susurros dulces y necesitados. Le agarré suavemente por los codos para ayudarle a estirar las piernas y apoyar su estrecho trasero en el suelo. Al moverse vi cómo sus vértebras de tinta se movían al son de las reales, creando un efecto óptico harto curioso.
Gem no se andó con ceremonias: arañó suavemente la piel de Derek al atrapar su pantalón y la ropa interior con sus dedos y tiró hacia abajo, desnudándole por completo. La suave curvatura de la excitación del muchacho se irguió al momento entre sus piernas. Yo fui terminando los intrincados nudos alrededor de las cuerdas de su espalda mientras Gem comenzaba a usar su boca una vez más para besar, lamer y tantear la entrepierna del chico sin llegar a tocar su parte más sensible.
—¡Aah! ¡Aagh!—gimió él, con los sentidos enturbiados por el roce de la Maestra del Placer en sus ingles, acompañados por el último tirón de las cuerdas por mi parte. Un arnés en forma de estrella invertida sobre el pecho de Derek mantenía sus manos firmemente atrás. Me sorprendí al darme cuenta de que aquel simple shibari casaba muy bien sobre Derek. Casi parecía que el chico estuviera hecho para lucir las cuerdas en su cuerpo. Mi parte más superficial me dijo que se vería incluso mejor cuando su cuerpo fuera ganando más músculo y dejara de mostrar ese aspecto desnutrido, pero fue un pensamiento fugaz.
Mi parte más superficial me dijo que se vería incluso mejor cuando su cuerpo fuera ganando más músculo y dejara de mostrar ese aspecto desnutrido, pero fue un pensamiento fugaz
Un movimiento fuera de escena captó mi atención: Ariel me había hecho un gesto, indicándome que iba a proceder a retirarse del cuarto
Un movimiento fuera de escena captó mi atención: Ariel me había hecho un gesto, indicándome que iba a proceder a retirarse del cuarto. Asentí con la cabeza, intercambiando una mirada con el lobo. Con Derek atado, no había motivo para que se quedara allí. La puerta se cerró, volviendo a dejar el cuarto silencioso impregnado por los suspiros agitados de mi sumiso.
—Ya puedes tirar todo lo que quieras—le susurré. Derek se estremeció bajo mi voz y (no supe si por propia iniciativa o inconscientemente) se inclinó hacia atrás, apoyádose sobre mi pecho.
Noté su corazón latiendo agitada y sonoramente a través de su espalda. Vi brillar tenuemente las primeras perlas de sudor en su frente. Derek estaba realmente excitado, y no solo a nivel físico: mentalmente parecía estar en otra parte. Sin duda debía de estarlo para invadir mi espacio y buscar mi contacto de aquella manera. De pronto el testarudo y rebelde joven con el que me veía constantemente obligado a lidiar se había convertido en un dócil corderito incapaz de negarse a nada.
O bien Gem era realmente buena en lo suyo, que no lo dudaba… O bien Dragan tuvo razón el día anterior en la reunión: el placer era el punto débil de Derek.
—Qué duro estás…—susurró Gem, echando el aliento contra sus testículos. Derek tuvo el reflejo de cerrar los muslos, pero ella se lo impidió, manteniéndolos abiertos—. Vamos, vamos… Sé que lo estás deseando. Tu amo también quiere ver cómo te hago disfrutar, ¿verdad?
—Verdad—asentí. Derek se volvió a morder el labio inferior y apretó los ojos con fuerza—. Pero quiero que sea él quien te lo pida.
—A-ah… No me jod-¡Aagh!—. Gem le hizo callar con un húmedo lengüetazo en el glande. Derek dio un respingo y golpeó mi clavícula con la cabeza sin quererlo—. M-mal… dita… sea…
—A estas alturas no deberías tener vergüenza en mi presencia, y menos aun en la de Gem—. Miré de reojo a Soren. Él seguía observando la escena en silencio. No supe si realmente estaba viéndola o estaba absorto, pero adiviné cierta tensión en su postura que no supe descifrar. Derek, sin embargo, no parecía ser muy consciente de la presencia del otro sumiso en la sala. Eso era buena señal. Me incliné aun más para acercar mi boca a su oreja y susurré con voz grave—: solo contéstame: ¿Quieres que Gem te folle, Derek?—pregunté.
—Ah… Sí… ¡Sí!—gimió entre dientes, retorciéndose contra mi. Colo qué los brazos a modo de barrera a ambos lados de su cuerpo para evitar que se cayera hacia el lado.
—¿Sí, qué?
—¡Sí, señor!
—A mi no, a ella.
—¡Ama…! ¡Por… favor…!
—Shhh…—. Gem gateó sobre él, volviendo a acercar su cuerpo al suyo. Sus senos rozaron los enhiestos pezones del chico. Le colocó el dedo índice sobre los labios, haciéndole callar. Derek resopló por la nariz—. Lo sé, cielo. Lo sé… No puedes esperar más… Y yo tampoco. Me pone a cien verte así, tan necesitado de sentir mi cuerpo…—. Derek se mordió el labio con más fuerza mientras ella le acariciaba el rostro. La mujer le besó a pesar de que él seguía mordiéndose, y se colocó a horcajadas sobre su cintura.
—¡A-ah! Dios…—masculló él cuando Gem se colocó la punta de su excitación entre las piernas y comenzó a acariciarse con ella. El sonido húmedo de la fricción llegó hasta mis oídos. Derek volvió a retorcerse contra mi y noté cómo tiraba del shibari. De no tener las manos atadas, de seguro hubiera agarrado a Gem por la cintura y la habría penetrado de una embestida. Pero en esa posición, ella tenía el control. Si él movía las caderas para entrar, ella se retiraba a modo de reacción, impidiéndole lograr su objetivo, provocando que el chico emitiera un gemido angustiado.
—Ya… Falta poco, Derek…
El sonido del plástico rompió un poco el momento. Gem rompió el envase del preservativo con los dientes. Se colocó con una envidiable pericia el aro de látex en la boca. Y con una habilidad que llegó a dejarme ojiplático a mi, le puso el condón a Derek con un solo movimiento descendente de cabeza. “Joder, tengo que pedirle que me enseñe cómo se hace eso”, me dije, perplejo. Derek ahogó otro gemido, que vino seguido de otro más largo cuando Gem volvió a colocarse sobre él. Y remató con un tercero, mucho más grave, cuando ella descendió sus caderas sobre él poniendo una cara de gusto indescriptible.
Se sucedió una escena que me atrapó con una intensidad que no me esperaba. Gem comenzó a acompañar los gemidos de Derek con su propia voz, aguda, mientras se movía sobre él. Acompasó sus movimientos fluidos de cadera con sus manos arañando y recorriendo el cuerpo atado de Derek. Empezó siendo un ritmo lento, profundo y sensual, en el que Derek cerraba los ojos y descolgaba la mandíbula entre jadeos a medida que ella ejercía su maestría sobre él.
La visión del sexo en sí no fue lo que acaparó mi atención, sino las reacciones de Derek. El chico era pura intensidad: desde su forma de jadear y gemir, la forma en la que su diafragma subía y bajaba desesperadamente, el modo en el que se le marcaban las venas bajo la piel cada vez que hacía fuerza contra las cuerdas, el deslizamiento de las gotas de sudor bajo el collar tintineado en su cuello… Pero, sobre todo, lo que más me absorbió fue su cara de disfrute en estado puro. No había visto una expresión así desde… “¿Desde Soren?”. No… No, la verdad era que Soren era mucho más entregado pero menos pasional. El placer que Derek demostraba era como ver una obra artística compleja llena de pequeños tintes y detalles aquí y allá que revelaban distintos estados simultáneos: gozo, culpa, rabia, negación, abandono, disfrute, prohibición, necesidad, urgencia… ¿Cuántas cosas debían estar pasando por la mente del muchacho en aquel momento? ¿Qué debía de estar sintiendo?
Lo que tuve claro fue lo que yo sentí al verle así: excitación. El calor que provocaba su cuerpo presionando el mío mientras se movía al compás de Gem me estaba abrasando. Que sus brazos atados estuvieran rozándome repetidamente la entrepierna tampoco ayudaba a que mi cuerpo mantuviese la calma. aun así, me encargué de inspirar hondo varias veces para que mi mente se mantuviera lo más fría posible.
La velocidad de Gem aumentó. Se había llevado las manos a los senos para masajeárselos y pellizcarse los pezones mientras cabalgaba a Derek. Éste jadeaba y movía las caderas dentro de lo que le era posible, intentando seguirle el ritmo a la mujer. La intensidad de los gemidos fue in crescendo, hasta que Gem tuvo que encorvar ligeramente la espalda hacia atrás y apoyarse en los muslos de Derek para poder seguir moviéndose con velocidad.
—¡Ohhh! ¡Ohh, sí, sí!—gemía ella. El sonido de sus glúteos golpenado las caderas de Derek se hizo tan audible como si alguien diera palmadas con las manos mojadas en una iglesia—. ¡Más…! ¡Ah, ah, ahahh! ¡Quiero sentirte más Derek!
—¡A-aah! ¡Haah!—. Derek hizo palanca contra mi y apoyó los pies en el suelo para elevar el trasero casi en el aire y así poder embestir a Gem desde abajo.
—¡Ooohhh! ¡Así! ¡Qué bien! ¡Aaaah!—. La mujer tuvo el extraño reflejo de reírse gimiendo. Llevó una de sus manos a su clítoris, el cual empezó a masajear desesperadamente sin perder el ritmo—. ¡Pídelo…! ¡Oh! ¡Pídele el orgasmo a tu Amo, Derek! ¡Vamos!
—¡N-no…!—negó con la cabeza torpemente. Enarqué una ceja con extrañeza. ¿Acababa de decir “no”?
—¡¡Hazlo!! ¡Oh, hazlo! ¡Antes de que…!
—Gem, termina ya—. Mi orden interrumpió su petición.
Ella entreabrió los ojos para mirarme sin dejar de moverse. Yo asentí con la cabeza. Gem se mordió el labio y empezó a acariciarse más necesitadamente el clítoris, aumentando aun más el ritmo de las palmadas. Derek jadeó y gimió: él también estaba cerca de terminar. Por fin, Gem se puso tensa un momento. Descolgó la mandíbula en una “o” muda. Y acto seguido se convulsionó, azotada por el evidente orgasmo.
Se quedó quieta un momento sobre el chico, que aun trataba desesperadamente de mover sus caderas contra ella. Pero la Maestra le desmontó y se quedó sentada de lado sobre el suelo con aspecto cansado pero satisfecho. Se pasó la mano por la cara para secarse el sudor incipiente y se rió, guiñándome un ojo.
—¡E-espera! ¡aun no!—gimió Derek, volviendo a retorcerse contra mi cuando su miembro se quedó desantendido a merced del aire del cuarto, seguramente frío en comparación con el cálido abrigo del cuerpo de Gem. En ese momento alcé el brazo izquierdo para rodear su cuerpo empapado en sudor contra mi, atrapándole totalmente. Su calor y el mío se fundieron como si fuéramos a derretirnos juntos. Mi mano derecha también le envolvió, pero se estiró hasta que mis dedos rozaron su excitación. Rodeé la base de su pene—. ¡¡N-No!! ¡¡Para!!—. Derek se sacudió. El círculo de mis dedos se detuvo justo bajo su glande, presionándole el frenillo. El chico se convulsionó con violencia. Apreté los dedos, cortándole el orgasmo—. ¡C-Cabrón!
—Insultándome solo lo empeoras—siseé contra su oreja. Derek intentó apartar la cabeza de mi, pero estaba totalmente enjaulado contra mi cuerpo—. Ya te lo he dicho yo. Te lo ha dicho Gem. Si quieres correrte, tienes que pedírmelo.
—¡N-NO PIENSO HAC-! ¡Ugh!—. Presioné los dedos un poco más durante un par de segundos. Derek se quedó sin aliento. Su cuerpo se convulsionó de nuevo.
—Estás al límite, Derek. Si te corres sin permiso, solo lograrás otro castigo. Y si lo alargas demasiado, perderás la oportunidad—le informé. Derek gimoteó con desespero. Vio cómo Gem hacía el amago de alargar la mano hacia él con gesto compasivo, pero la detuve con una mirada gélida. La mujer reculó y se quedó sentada en el suelo en silencio—. No seas cabezota: pídelo.
—¡N-no!
—Derek, no pierdes nada haciéndolo…—intentó convencerle Gem. Ya no sonaba con su sensualidad, había vuelto a recuperar su tono adorable habitual, teñido ahora con una visible preocupación al ver que el chico se negaba a colaborar.
—¡N-nun… ca!
—¿Por qué no? ¿Qué ganas negándote?
—A… A tí qué te… ¡A-agh!—. Presioné de nuevo contra el plástico del preservativo. Sus músculos se hincharon por la tensión de su cuerpo, provocando que las cuerdas se hundieran aun más en su piel—. ¡Aaagh! ¡Basta…!
—Si realmente quieres que pare, di la palabra de seguridad. Adelante—. Derek apretó las mandíbulas y cerró los ojos. No, claramente no quería parar: quería acabar. Todo su cuerpo debía de estar pidiéndoselo a gritos—. Que pare, que siga, que esto acabe… En realidad, está en tu mano, Derek.
—¡M-mientes!—se revolvió de nuevo. Gem me miró atónita, sin entender a qué venía la negativa actitud de Derek. No la culpé: yo tampoco lo sabía—. Si realmente… dependiera de mi… ¡Ugh! N-no tendría… que… pedir… permi… so… ¡Aaagh!—. Mientras hablaba, había tirado del plástico pegajoso del preservativo para retirarlo de su piel. Gem se apresuró a cogerlo por mi para deshacerse de él. De modo que ahora mis dedos se cerraron directamente sobre la cálida y suave piel del miembro del sumiso.
—¿De verdad vale la pena pasar por todo esto?—le pregunté, de manera sincera, casi con lástiam.
—¡Tsk!
—Contesta: ¿De verdad merece la pena negarte a disfrutar solo por orgullo?
—¡Sí!—contestó él con rabia. Alzó la cabeza y me miró descaradamente a los ojos, apretando las mandíbulas. Fruncí el ceño, pero no logré poner mi cara de desagrado: sus ojos grises me atravesaron, desafiantes—. Yo no… No soy… ¡No soy esclavo de nadie!
Se hizo un silencio que duró un par de segundos. Pero que se cortó en seguida cuando unos pasos apresurados se dirigieron hacia la puerta de la sala. Al alzar la mirada, vi cómo Soren se agachaba en la entrada para coger sus deportivas y luego salía del cuarto sin mirar atrás. Parpadeé, confundido por lo que acababa de pasar. Miré a Gem (quien se había levantado para volver a ponerse el vestido de nuevo) con gesto interrogante, pero ella se encogió de hombros sin saber qué decirme. Me señaló la puerta, indicando que iba a ver qué había pasado con Soren. Yo asentí en silencio. La mujer se marchó, dejándome a solas con Derek.
—Que no eres esclavo de nadie, ¿eh?—. Hablé con una fría y peligrosa calma. Al momento comencé a mover mi mano por su curvada dureza, provocándole un severo escalofrío que murió en un jadeo entrecortado brotando de entre sus labios—. Estás muy equivocado.
—¡A-aah! ¡Ah! ¡Para…!
—Toda tu vida has sido un esclavo: de tu familia, de las drogas, de la ley…—. Empecé a mover la mano con más énfasis, apretando los dedos cada vez que alcanzaba la punta de su glande, y relajándolos al volver a la base.
—¡Ohh! ¡Aa-ahh! ¡Bast-aaah!—. Derek se sacudió de nuevo y se revolvió contra mi, contra las cuerdas, contra el placer que sentía—. ¡M-mierda! ¡Ohh!
—… Pero eres, sobre todo, esclavo de tu cuerpo. Da igual lo que pienses, hagas o digas: tu anatomía no te escucha. Y no puedes escapar de ello como has hecho con todo lo demás—terminé de decir en su oído. Derek gimió entre dientes, tratando en vano de acallar sus gemidos. No lo consiguió:
—¡Aah! ¡Aaaah! ¡N-no…! ¡No…! ¡Para…!
—Di la palabra de seguridad—repetí.
—¡No!
—Pues pídemelo, Derek—insistí de nuevo. Mi mano ya se movía velozmente, provocando un sonido húmedo fruto de los fluidos de Gem y del lubricante del preservativo que aun empapaban su piel. Derek abandonó su expresión contraída de rabia. Su mandíbula se volvió a descolgar y su ceño dejó de estar fruncido a medida que el placer volvía a obnubilarle la mente—. Pídemelo y dejaré que te corras cuanto quieras, aquí, ahora…—le prometí. El joven hizo el amago de morderse el labio otra vez, pero ni siquiera logró terminar el intento. Sus gemidos desesperados se lo impidieron por completo.
—Aaaah… Aahh… Oh… ¡Oh, joder!
—Pídemelo, y te haré sentir mejor que cualquier otra persona en este mundo…—. Un tic involuntario me hizo golpear suavemente mis caderas contra su espalda para sintiera mi excitación contra su rabadilla. Derek gimió dejando caer la cabeza hacia delante
—Por… ¡Aaagh! ¡Por favor…!
—Pídemelo…—froté mi entrepierna contra él. Derek gimió más fuerte. Su cuerpo se relajó, indefenso contra mi y contra el placer culpable que sentía. Susurré una vez más—: Pídemelo, Derek…
—¡N-naaaaah…!—. Derek emitió algo parecido a un sollozo derrotado y volvió a echarse hacia atrás, apoyando la nuca contra mi pecho. Su expresión de disfrute me provocó un latigazo hormigueante entre las piernas—. Déjame… ¡Aaagh! Deja… que me… corr-¡aagh!—. Le temblaron las piernas.
—Córrete—le ordené de inmediato. Mi mano, que se movía a toda velocidad se detuvo súbitamente en la línea de su glande. Apreté con fuerza alrededor de su frenillo una vez más.
—¡A-AAAAAGH! ¡OHH, JODERRRRRR!—. Derek se convulsionó, arqueó la espalda y presionó su cintura contra mi mano. El orgasmo salió disparado, caliente y pegajoso, cayendo sobre su vientre agitado por su respiración—. ¡N-nnnngh!—con ese último gemido, el chico pareció perder todas las fuerzas de golpe. Dejó de presionar las cuerdas y se dejó caer sobre el tatami, completamente rendido y sometido por el placer del éxtasis. Le sujeté de nuevo para que no se derramara literalmente sobre el suelo. Nos quedamos ambos un momento en silencio: él tratando de recuperar el aliento y yo esforzándome por enfriar tanto mis pensamientos como mi cuerpo.
Sumidos en aquella nébula de quietud, yo no pensé en nada que no fuera Derek descansando plácidamente entre mis brazos, con su cuerpo totalmente rendido y su mente visiblemente en calma tras alcanzar el orgasmo. Le acaricié el rostro con los nudillos, suavemente, y pasé los dedos por su pelo empapado en amago tranquilizador. Poco a poco tanto su corazón como el mío se tranquilizaron. Las caricias descendieron por su mandíbula hasta el cuello, rozando con los dedos el aro de metal.
—¿Lo ves?—. Pregunté con un susurro. Tiré suavemente de la argolla del collar—. Eres mío.
Me arrepentí de decir eso. Me arrepentí, y mucho.
Derek abrió de nuevo los ojos, y me di cuenta de que acababa de agitar sin querer el avispero que tanto me había costado calmar. Esa vez Derek enfocó mi rostro con una mirada de odio visceral y desmedido. Se incorporó de golpe, rompiendo el contacto visual con la misma violencia. Reaccioné, apartándome para que no me diera un cabezazo. No obstante, aquel movimiento repentino provocó que el chico se marease y, sin poder usar los brazos, empezó a escorarse hacia la derecha.
—Espera…—. Le sujeté los hombros. Él se agitó de nuevo para romper el contacto con mis manos y se apoyó en las rodillas para poner espacio entre ambos.
—¡No me toques!—me gritó, dejando caer la cabeza hacia delante. Me quedé congelado en el sitio—. No me toques…—repitió con un hilo de voz temblorosa. Me di cuenta de que estaba llorando.
—Derek…—. Me acerqué a él por detrás.
—Me das asco…—. Musitó, convulsionando los hombros de nuevo por un sollozo involuntario—. Todos vosotros… Sois asquerosos…—. Me miró por encima del hombro con los ojos enrojecidos por aquellas lágrimas iracundas que comenzaron a correr por su rostro—. Sois todos iguales…
—¿Qué…?—. No fui capaz de formular la pregunta. El desprecio que Derek me estaba demostrando en ese momento era tan grande que sentí como si me estuviera apuñalando con él. No tenía muy claro qué estaba pasando ni a qué se estaba debiendo aquella reacción. Lo único que logré discernir es que la había cagado, sin saber muy bien cómo ni por qué—. Derek, lo si…
—¡A la mierda! ¡Castígame, fóllame, úsame para lo que te de la gana!—. Me interrumpió, incluso se giró para encararme mientras me gritaba—. Tienes un año para hacer lo que te salga de la polla conmigo, ¿no? ¡Adelante, aprovéchate de mi mientras puedas!—. Odio, odio, odio… Era lo único que recibí a través de aquellas palabras. “¿Aprovecharme?”, quise preguntarle sin entender a qué demonios se refería con eso. Quería preguntarle demasiadas cosas. Pero Derek siguió hablando desde el desprecio, negando con la cabeza—: No pienso entrar en tu juego… No pienso doblegarme ante ti… Ni ante nadie… Nunca más…
—…—. Me quedé en silencio. Estaba demasiado atónito como para poder decir nada coherente. Tampoco creí que, en ese estado de rechazo, Derek fuera a darme ninguna explicación al respecto.
Frustrado y abatido por haber metido la pata hasta el fondo, dejé caer los hombros con un suspiro. La sensación de derrota que me embargo fue casi peor que el desprecio de Derek.
Me volví a acercar a él alargando la mano hacia su espalda. El chico siseó y volvió a recular. Le dediqué una mirada indignada ante su reacción.
—¿Me dejas desatarte, o prefieres quedarte así hasta que volvamos a casa?—tercié, molesto con su actitud.
Me dirigió otra mirada asesina. Pero, en esa ocasión, pareció entrar en razón. Asintió despacio y me dio la espalda. Yo comencé a aflojar los nudos de las cuerdas con agilidad. A medida que soltaba las cuerdas, revelaba las marcas enrojecidas de las mismas sobre su piel aun húmeda por el sudor. En cuanto recuperó un mínimo de movilidad en los brazos, Derek se puso en pie y se separó de mi, terminando de deshacerse de las ataduras él mismo, dejando la cuerda tirada en el suelo. Con rapidez, a pesar de que sus movimientos estaba descoordinados debido al bajón de tensión que acababa de sufrir, Derek volvió a ponerse el pantalón y la ropa interior. Con la camiseta, que había dejado doblada junto a la mesa, hizo una bola y se limpió los restos de semen del vientre. Tiró la prenda contra un rincón con el mismo desprecio con el que se había dirigido a mi. Se vistió con la sudadera directamente sobre los hombros. Y salió de la sala sin mirar atrás.
Me quedé absurdamente inmóvil. No supe qué hacer durante aquellos confusos minutos de soledad, en los que no dejé de sentirme como un incompetente total. La sensación de que, hiciera lo que hiciera, la consecuencia hubiera sido peor, me había aplastado por completo. Flexioné una rodilla contra el pecho para apoyar mi frente en ella. Tuve que reprimir con toda mi fuerza de voluntad la parte de mí mismo que deseaba levantarse, darle una violenta patada a lo primero que pillara por medio y gritar para combatir la frustración.
¿Qué coño me pasaba? ¿Por qué de pronto todo me salía tan mal? Primero con Lyss, quien al final iba a tener razón con sus palabras: no parecía yo mismo. Ahora la cagaba con Derek, después de lo que me había costado que empezara a cooperar, era como si hubiera vuelto de nuevo al punto de partida. Y…
—Oh, mierda, ¡Soren!—maldije entre dientes, recordando que el joven había sido el primero en salir corriendo de la habitación. Fue ese pensamiento el que me hizo reaccionar por fin, poniéndome en pie, calzándome a toda prisa y saliendo de la sala.
Un farolillo recibió mi frente con un “toc” sonoro que me hizo gruñir con fastidio. Mas eso no fue lo peor con lo que me recibió el estrecho pasillo. Al final del mismo me encontré la reconocible figura de Dragan de perfil. Y abrazado a él, rodeándole con los brazos a través de la cintura, estaba Soren. Gem estaba junto a ellos, apoyada en la esquina de la pared con su vestido a medio arreglar y sus trencitas enredadas por el sexo reciente. Al ser conscientes de mi presencia, todos me miraron. Gem me dedicó una triste sonrisa, se despidió de la pareja y se dirigió escaleras abajo. Soren tenía los ojos rojos y restos de lágrimas en la cara. Apartó la cara casi al momento. Dragan le imitó, diciéndole algo en voz baja y cogiéndole suavemente de la barbilla con los dedos. Soren asintió en silencio y entró en la sala roja.
El tatuado y yo intercambiamos una larga mirada. Lo último que me apetecía ahora era tener que lidiar con él. Por suerte para ambos, él se limitó a dirigirse también a la sala roja sin perder esa maldita sonrisa triunfal. Yo me limité a atravesar el pasillo en silencio, sin ninguna intención de intercambiar ninguna palabra con él. No obstante, Dragan no pudo reprimir la tentación de abrir la bocaza mientras travesaba el umbral de “su sala”.
—He visto a tu sumiso corriendo calle abajo con Ariel pisándole los talones—me informó, en el preciso instante en el que pasé detrás de él—. Si yo fuera tú, me daría prisa en dar con él. Corre que se las pela y no creo que un fumador como Ariel pueda aguantarle el ritmo mucho tiempo.
En cuanto me giré para contestarle, Dragan cerró la puerta y echó el pestillo.